Saben que es lo
fastidioso de todo esto, el uso de mascarillas.
A pesar que se ha decretado cuarentena, en mi
caso no he dejado de laborar, para que comprendan el lado feo que yo siento,
les cuento mí día a día.
Desde que salgo de
casa, me toca ir cubierta con una mascarilla con la que cuesta mucho respirar,
no reniego, sólo que, en lo personal no me gusta, es asfixiante.
Luego, abordar un
microbús, ni se diga, los primeros días me tocaba esperar de 8 a 10 microbuses
para poder subir a uno que llevara un asiento libre, ya que sólo estaba
permitido una persona por asiento.
Ya en el micro es
otro rollo, ver las caras de las personas que te observan como si fueras
portadora de una enfermedad que se nota en la piel, y no sólo a mí, sino a
todos los que se suben. Al sentarme, automáticamente sacar mi alcohol gel y
sanitizar mis manos. Esta acción se repite por cada transporte abordado.
Lo del micro ya no me
cuesta tanto, ya podemos ir más personas en el, lo cruel es sentarte a la par
de otra persona, y no por esa persona, sino por tu actividad cerebral y los
caos que se arman mentalmente.
En mi oficina, otro
rollo, llegar y sanitizar tus manos, entrar y automáticamente a lavar tus manos
con jabón. Sanitizar perillas de puerta, sanitizar tu cartera, cambiar la
careta porque es una diferente que utilizamos, en fin, pasar ocho horas con la
bendita mascarilla, más el tiempo que tardo en transportarme. Insisto, no me gusta.
Pero basta de la of,
lo más cruel es llegar a casa, donde está tu familia. Llego, y lo
primero, aunque andes llaves de tu casa, tocar para que te abran. Al entrar, un
trapeador con lejía te espera, limpiar tus suelas de zapatos, alcohol en recipiente con spray para rociarte desde el cabello, hasta los
zapatos. Desde tu reloj, hasta tu cartera u objetos adicionales que
lleves.
Lavar tus manos con
jabón, secarte las manos, más alcohol gel... por cierto, mis manos están
resecas de tanto químico.
Dejar tus zapatos en
la cochera, donde les dé el sol, para que haga una doble desinfección. Vieran como extraño
mis tacones que tanto amo, no puedo usarlos por los tiempos que vivimos.
Después de ese
ritual… entro, directo al baño, sí, bañarme hasta el cabello porque allí
se puede llevar el virus. Entre nos, la primera vez que lo hice me sentí sucia y humillada,
algo así como aquellos leprosos en los tiempos de la Biblia que nadie quería
por ser “insanos”, una semana después ya ha sido superado.
Ahora bien, lo
siguiente, toda tu ropa, ¡toda!, a un recipiente con detergente donde pueda
quedar toda la noche desinfectándose.
¿Ya sabían que soy
madre?, no… Bueno, lo más doloroso a lo que se puede llegar como madre es que
aunque estés en tu casa no puedas abrazar, ni besar a tu hija… se imaginan,
guardas las distancias con todos en casa porque no sabemos si ese día que
saliste sea el primero de tu contagio, no es que sea así, pero tampoco lo
podemos descartar.
A todo eso agréguenle que soy una persona
ansiosa, mi cerebro trabaja más de lo normal y soy perfeccionista, en mi masa
gris, aunque sea hora de dormir, se reúnen pensamientos de lo que puede pasar,
de lo que no hice bien y debo mejorar, de lo que está pendiente realizar:
tareas, parciales, reuniones de la of, etc. A eso agréguenle los casos diarios,
las personas que no tienen que comer, los ancianos desamparados, los casos
asintomáticos, las personas en cuarentena y un sin fin de preguntas más… una de la mañana y yo despierta, mi
alarma suena a las cinco y treinta.
Entre tanta letra, pueda que haya olvidado
algo, pero lo más difícil está escrito acá.
Y porque no todo es malo, lo bueno.
Tuve diez días de
vacaciones los cuales disfruté al máximo, sin salir de casa, sólo pasar
haraganeando, así como los que llevan una vida sabática.
Hemos logrado
coincidir muchas veces en la mesa como familia completa.
Y he disfrutado de
los antojitos que vende la vecina.
Mi recomendación, si en tus manos está,
quédate en casa.
Ir a la calle en
estos días, es como los tiempos de guerra (según la película Voces Inocentes,
porque no la viví como tal) ¿Cómo?, como aquellos niños que llegaban a sacar de
sus casas y se alejaban de su familia sin saber si en un futuro los volverían a
ver o a regresar sanos. Y no lo digo solo por la enfermedad, recuerden que uno
debe andar su carné y una carta que lo acredite como trabajador autorizado,
pero en estos tiempos uno nunca sabe si puede llegar a terminar en los centros
de contención. por cualquiera de las dos razones conocidas.
Sin duda, desde el
primer caso decretado, mi vida cambió, y todo su protocolo será recordado hasta
que la tierra y yo volvamos hacer uno solo.